MÍRAME, DIFERENCIA_T: «En la oscuridad»

Foto Lola Montalvo (C)

Sé que algunos habéis leído mis entradas relativas a este bonito proyecto de «MÍRAME, DIFERÉNCIATE, nuestro objetivo: humanizar, que no es poco»
Esta vez sólo entro un ratito para invitaros a leer el texto que he escrito para formar parte de su blog, un texto que he escrito invitando, como hago casi siempre, a estimular vuestra empatía, a incitaros a poneros en el lugar del otro, del que sufre, del que está enfermo...
El texto tiene como título

EN LA OSCURIDAD
Pedro intentó abrir los ojos, pero le pesaban como si de lápidas se trataran. Intentó mover la cabeza, levantar los brazos pero fracasó una vez y otra. Lo intentó con los dedos pero sólo lo logró con los de la mano derecha; rascó la superficie sobre la que reposaba y le pareció acariciar una sábana.
¡Estaba en una cama!
Empezó a asustarse. Algo iba mal, espantosamente mal.
Le latía la cabeza, un dolor intenso semejante al galopar de un caballo que corría al mismo ritmo que su alocado corazón, ése que pugnaba por escapar de su pecho. Sí, estaba aterrorizado. Algo le pasaba… algo grave y horrible le había pasado. No podía moverse, no podía abrir los ojos.
Voces a su alrededor. Voces susurradas… le pareció escuchar su nombre y una voz conocida, la de su hijo mayor, Julio, pronunciando una palabra. Papá. Intentó gritar, gritar y llamarlo, hacerle entender que le escuchaba, que estaba ahí... pero de su garganta no salió nada más que un sonido gutural y ridículo. La desesperación de Pedro creció amenazando con ahogarlo. En ese momento un llanto le llegó cercano, un llanto que pronto fue sofocado y que se alejó de él. Pasos y silencio.
Una pesadilla. Sí, se encontraba inmerso en una pesadilla pero esta vez no parecía que pudiera despertar.
A duras penas pudo recordar lo último que había hecho antes de verse ahí. Aquella mañana paseó por su barrio tras desayunar en casa. Compró el pan y unos pasteles para su esposa. Un intenso dolor… y nada más. Algo debió de pasarle, un ataque o algo parecido, el caso es que estaba en una cama, sin poder moverse. ¿Cuándo pasó eso? ¿Cuánto llevaba ahí, postrado? Nuevamente intentó gritar y otra vez obtuvo el mismo resultado.
Entonces sintió que alguien se le acercó. El aire se movió cerca de él y un perfume, mezcla de jabón y desinfectante, llenó su espacio y le habría hecho arrugar la nariz si hubiera sido capaz de ello. No, no era desagradable. Era extraño. Una suave mano le cogió la suya, la buena, la apretó con decisión calculada y una voz de mujer le dijo:
—Pedro, sé que me escucha... me llamo Adela y soy su enfermera. Apriéteme la mano si me ha entendido.
Pedro sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas pero no estuvo seguro. Sólo fue consciente de un llanto amargo y doloroso que le atenazaba la garganta. ¡Esa voz, Adela, la enfermera, le hablaba a él, le preguntaba a él! Haciendo un esfuerzo, que a Pedro le resultó sobrehumano, apretó con fuerza la mano que le había rescatado de la oscuridad y del silencio. Adela sonrió con su voz:
—Muy bien, muy bien, Pedro —dijo Adela y rubricó sus palabras con un firme apretón en su brazo—. No se preocupe, está en el hospital y cuidaremos de usted. Su familia espera fuera, su mujer y sus hijos... ahora les dejo entrar.
Pedro apretó nuevamente la mano de Adela y se permitió respirar hondo. Escuchó las explicaciones de la enfermera y lo entendió todo. No fue consciente de que tras sus párpados cerrados las lágrimas corrían por su rostro empapando la almohada. Eso daba igual. Estaba enfermo, sí, pero le cuidarían y afrontaría lo que fuera con su familia. No estaba sólo. Ni un solo instante, durante su explicación,
Adela soltó la mano de Pedro que él apretó como algo suyo, como lo único capaz de sacarle de esa oscuridad que le había engullido. 

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La empatía empieza siempre poniéndonos en el lugar de la otra persona. Si conseguimos hacernos una idea de la circunstancia en que se encuentra será más fácil entender qué le está pasando, cuánto sufre, cuanto miedo o angustia está sintiendo. Y qué debemos hacer como profesionales para acercarnos a él y ayudarle.
Nuestros pacientes no siempre hablan o se comunican con facilidad. No siempre las palabras o las miradas pueden conseguir ese milagro que algunos infravaloran, por aquello de lo cotidiano y habitual, y que no es nada más ni nada menos que comunicar una persona con otra, conectar un pensamiento a otro y darle forma con un sonido o una imagen. Imagínense que les sucede algo como a Pedro, imagínense despertar en un hospital como le ha sucedido a él. Ahora piensen qué les gustaría que las personas que les cuidan hicieran... el resto, se deduce sólo. 
Una mano, el roce de unos dedos en una mano, un apretón cálido en un brazo, una caricia... o una voz pueden darle la vida al que la creía amenazada, dar esperanza al que se creía abandonado y dar luz al que estaba perdido en la oscuridad. Proporcionar consuelo y aplacar el miedo y la angustia. Ese poder tienen los gestos sencillos. Utilicémoslos.
No nos olvidemos de nuestros pacientes cuando los tengamos delante.

Leedlo, por favor... y dejad que nuestras manos se encuentren en la oscuridad.
Espero que os guste.
Y, por ahora, nada más. Cuidaos, por favor...
Editado 2 de enero de 2015

Comentarios

CreatiBea ha dicho que…
Pues sí, me ha gustado mucho, mucho.

Debe ser muy reconfortante encontrarse con tus manos en una situación así.
Lola Montalvo ha dicho que…
BEA: Muchas gracias, Bea. Mi trabajo es el más bello del mundo, el más gratificante... aunque sacrificado y duro como pocos.
Besos miles, amiga

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